Por: Vicky Vananda
Las mujeres y hombres Kuncáac son altos y graciosos. Viven en el desierto de Sonora, México.
Kuncáac significa “nuestra gran raza materna aquí “. Llegaron hace siglos de Asia a la isla del Tiburón y adaptados a este desierto conservan algunas de sus tradiciones en sus trajes coloridos, en sus rituales, en sus cantos, en sus artesanías y alimentos. Antiguamente se vestían con piel de venado y plumas de pelícano, semidesnudos. Actualmente las mujeres elaboran trajes muy coloridos con telas y listones que consiguen en los pueblos cercanos. Para cada ocasión se maquillan resaltando los colores rojo, azul y blanco, elaborados con vegetales y plantas.
Han vivido como nómadas hasta hace unas décadas en el desierto, en íntima relación con el medio que les rodea, desarrollando una sociedad sin igual de caza, pesca a cargo de los varones y de recolección de alimentos y conocimiento de las plantas medicinales, en donde las mujeres juegan el papel principal.
Su lenguaje sorprendente se transmite por las abuelas a través de sus fascinantes cantos que enseñan lo que es la vida. Describen su relación profunda animista que expresa su estrecha relación con la naturaleza y el cosmos.
Entre sus costumbres, las mujeres están obligadas, más que los hombres, a compartir con específicos miembros del grupo familiar, una de las dos comodidades (posesiones materiales o alimentos) y los que las reciben deben compartirlas también. Las mujeres en especial deben compartir -si la tienen- la carne para alimentarse. Acumular riquezas sería como admitir mezquindad.
Siguen preservando algunos rituales como cuando las niñas inician su menarquia, en donde se convive jugando con un dado tradicional, en comida comunal y la jovencita va con su madrina que le maquilla la carita para la ocasión y la recluye en una choza durante 4 días, en donde le canta y le enseña cómo vivir la vida. La niña se abstiene de comer carne y una noche antes de la fiesta debe permanecer despierta. Antes del amanecer, algunas mujeres la llevan a la playa donde, ceremonialmente, la purifican lavándole el pelo con agua de mar. Eso indica que ya está lista para dar vida.
Antiguamente el chamán del clan era el que sugería –además de guiarles- con quien había que emparejarse. En la actualidad para hacerlo debe tener el varón el consentimiento de la jovencita. Cohabitan de entre 6 meses a un año o más, y si se acoplan siguen juntos. Durante este tiempo la familia del joven da una serie de regalos a la familia de la señorita. En la antigüedad no se intercambiaban votos. Actualmente se casan en la iglesia.
El nuevo esposo está obligado a ayudar en la manutención de los suegros mientras vivan. Las separaciones son raras. Casi siempre permanecen con la misma pareja toda su vida. Está prohibido el matrimonio entre los miembros de la misma familia, incluyendo a los primos.
Las mujeres son las intermediarias en las relaciones de convivencia. El hombre tiene muchas más restricciones que la mujer, no puede hablar directamente con su padre, sus tíos, sus hermanos, sus hijos después de que llega a la pubertad, y tampoco con sus suegros y la mayor parte de sus parientes políticos.
Otro ritual que conservan es el del tejido de una planta que consideran sagrada, el haat -torote prieto-, para hacer canastas llamadas “coritas” en donde las mujeres tejen historias. La planta la transportan sobre sus cabezas y después de un proceso alquímico y de teñido natural, la mujer canta y reza para que la canasta no rechiñe ya que lo consideran de mala suerte. Si rechina vuelven a empezar el tejido para que la canasta se contente. Cada canasta se elabora con una intención y su magia llega al que la compra o recibe como ofrenda. Tiene varios usos como el de cargar al bebé dentro de la canasta transportándolo sobre la cabeza de la madre.
Su gran amor a la música se puede observar en el toque de los instrumentos que fabrican como el violín de una cuerda, el arco musical, varios tipos de flautas, el palillo raspador y las sonajas, y en los cantos que realizan las abuelas aprendidos de sus antepasados, a través de los cuales se transmite “cómo vivir la vida en armonía con los demás”.
Conocen más de 425 especies de plantas del desierto, así como a su uso medicinal y alimentario.
Son el único pueblo en el mundo del que se sabe han cosechado un grano de mar (Zostera marina) y comido su nutritiva semilla. Tienen un importante conocimiento en la biología y comportamiento de la tortuga caguama de mar.
Los españoles les llamaron “los Seris”. El intento de conquistarles hasta después de 1900 junto con epidemias, casi causó su extinción. Para 1930 eran solamente 160. Hoy, el número es de más de 900 personas de las cuales el 52% son mujeres.
En la actualidad por la presión del gobierno se ven inmiscuidos parcialmente en la política, en la educación y en las religiones, padeciendo castigos por no comportarse “como marca la ley”, perdiendo poco a poco sus tradiciones, dejando poco a poco el nomadismo y padeciendo enfermedades propias del mundo occidental. Consideran al dinero como el diablo, pero necesario para sobrevivir. Así los indígenas se van volviendo extranjeros en su propia tierra.
En este enlace pueden ver un corto video de las mujeres de esta etnia:
Las mujeres y hombres Kuncáac son altos y graciosos. Viven en el desierto de Sonora, México.
Kuncáac significa “nuestra gran raza materna aquí “. Llegaron hace siglos de Asia a la isla del Tiburón y adaptados a este desierto conservan algunas de sus tradiciones en sus trajes coloridos, en sus rituales, en sus cantos, en sus artesanías y alimentos. Antiguamente se vestían con piel de venado y plumas de pelícano, semidesnudos. Actualmente las mujeres elaboran trajes muy coloridos con telas y listones que consiguen en los pueblos cercanos. Para cada ocasión se maquillan resaltando los colores rojo, azul y blanco, elaborados con vegetales y plantas.
Han vivido como nómadas hasta hace unas décadas en el desierto, en íntima relación con el medio que les rodea, desarrollando una sociedad sin igual de caza, pesca a cargo de los varones y de recolección de alimentos y conocimiento de las plantas medicinales, en donde las mujeres juegan el papel principal.
Su lenguaje sorprendente se transmite por las abuelas a través de sus fascinantes cantos que enseñan lo que es la vida. Describen su relación profunda animista que expresa su estrecha relación con la naturaleza y el cosmos.
Entre sus costumbres, las mujeres están obligadas, más que los hombres, a compartir con específicos miembros del grupo familiar, una de las dos comodidades (posesiones materiales o alimentos) y los que las reciben deben compartirlas también. Las mujeres en especial deben compartir -si la tienen- la carne para alimentarse. Acumular riquezas sería como admitir mezquindad.
Siguen preservando algunos rituales como cuando las niñas inician su menarquia, en donde se convive jugando con un dado tradicional, en comida comunal y la jovencita va con su madrina que le maquilla la carita para la ocasión y la recluye en una choza durante 4 días, en donde le canta y le enseña cómo vivir la vida. La niña se abstiene de comer carne y una noche antes de la fiesta debe permanecer despierta. Antes del amanecer, algunas mujeres la llevan a la playa donde, ceremonialmente, la purifican lavándole el pelo con agua de mar. Eso indica que ya está lista para dar vida.
Antiguamente el chamán del clan era el que sugería –además de guiarles- con quien había que emparejarse. En la actualidad para hacerlo debe tener el varón el consentimiento de la jovencita. Cohabitan de entre 6 meses a un año o más, y si se acoplan siguen juntos. Durante este tiempo la familia del joven da una serie de regalos a la familia de la señorita. En la antigüedad no se intercambiaban votos. Actualmente se casan en la iglesia.
El nuevo esposo está obligado a ayudar en la manutención de los suegros mientras vivan. Las separaciones son raras. Casi siempre permanecen con la misma pareja toda su vida. Está prohibido el matrimonio entre los miembros de la misma familia, incluyendo a los primos.
Otro ritual que conservan es el del tejido de una planta que consideran sagrada, el haat -torote prieto-, para hacer canastas llamadas “coritas” en donde las mujeres tejen historias. La planta la transportan sobre sus cabezas y después de un proceso alquímico y de teñido natural, la mujer canta y reza para que la canasta no rechiñe ya que lo consideran de mala suerte. Si rechina vuelven a empezar el tejido para que la canasta se contente. Cada canasta se elabora con una intención y su magia llega al que la compra o recibe como ofrenda. Tiene varios usos como el de cargar al bebé dentro de la canasta transportándolo sobre la cabeza de la madre.
Su gran amor a la música se puede observar en el toque de los instrumentos que fabrican como el violín de una cuerda, el arco musical, varios tipos de flautas, el palillo raspador y las sonajas, y en los cantos que realizan las abuelas aprendidos de sus antepasados, a través de los cuales se transmite “cómo vivir la vida en armonía con los demás”.
Conocen más de 425 especies de plantas del desierto, así como a su uso medicinal y alimentario.
Son el único pueblo en el mundo del que se sabe han cosechado un grano de mar (Zostera marina) y comido su nutritiva semilla. Tienen un importante conocimiento en la biología y comportamiento de la tortuga caguama de mar.
Los españoles les llamaron “los Seris”. El intento de conquistarles hasta después de 1900 junto con epidemias, casi causó su extinción. Para 1930 eran solamente 160. Hoy, el número es de más de 900 personas de las cuales el 52% son mujeres.
En la actualidad por la presión del gobierno se ven inmiscuidos parcialmente en la política, en la educación y en las religiones, padeciendo castigos por no comportarse “como marca la ley”, perdiendo poco a poco sus tradiciones, dejando poco a poco el nomadismo y padeciendo enfermedades propias del mundo occidental. Consideran al dinero como el diablo, pero necesario para sobrevivir. Así los indígenas se van volviendo extranjeros en su propia tierra.
En este enlace pueden ver un corto video de las mujeres de esta etnia: